| Román García Báez |
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aparecen varios indicadores que se repiten en los diferentes rankings; sin embargo,
con independencia de la modalidad utilizada, aún la connotación de la
internacionalización en los rankings no refleja cabalmente la necesidad de su
potenciación. Falta por perfilar mejor cuáles de sus variables son las que inciden de
manera más sistemática y profunda en la calidad de la educación superior.
Es un cambio cualitativo que requerirá de especial atención, ya que sus
causas son diversas. Por ejemplo, siempre han existido profesores extranjeros en los
claustros, invitados o de planta, pero no marcaban diferencia cualitativa. En la
actualidad, pueden influir y de hecho lo hacen, en el reconocimiento de una
prestigiosa universidad. Esto incluye a las más prestigiosas universidades del Reino
Unido, Estados Unidos, Canadá, Australia, China, Alemania, Bélgica, Japón y otras.
Obligadas algunas de esas universidades de élite a superar prejuicios raciales, de
género y otros, han incorporado, de manera permanente o temporal, a destacados
profesores extranjeros de diferentes latitudes, donde el llamado robo de cerebros
no deja de desempeñar una fuente renovable de talentos. Por su parte, la movilidad
estudiantil internacional es también reconocida, dada la probada importancia
académica y científica de la interculturalidad al compartir saberes, idiomas y
vivencias.
Una consecuencia negativa que se deriva del ordenamiento de los rankings,
es el fortalecimiento de la tendencia a una especie de selección científica,
discriminatoria, de las IES. Las universidades e investigadores del primer grupo
cooperan, establecen sinergias, crean redes y proyectos en los cuales, en general,
no tienen cabida los que están fuera, los que no tienen ese ADN. Esto no quiere decir
que no se establezcan vínculos con las que están fuera de esa pléyade, se dan, pero
de otra índole. Con esas se colabora, ayudan, asesoran, pero en un plano asimétrico
que no potencia el despegue. La colaboración y solidaridad, no son valores de los
rankings globales. Esto marca la diferencia entre cooperación y colaboración, lo cual
también se manifiesta a nivel gubernamental. Este desarrollo paralelo, ese apartheid
internacional, fortalecido, aunque no causado por los rankings, pero sí acentuado
por ellos, ahonda en espiral creciente las enormes diferencias, ya existentes, entre
las universidades de punta y las periféricas.
Sin embargo, no es posible sustraerse a la internacionalización e ignorar los
rankings, ya que ambos son plataformas que compulsan a elevar la calidad de la
educación superior. En particular, el aseguramiento de la calidad exige una mayor
internacionalización, y a esto contribuye la reputación como soporte de la visibilidad
internacional. En los rankings confluyen y se condensan estos factores, lo que obliga
a prepararse para construir y brindar la información exigida por las agencias o
entidades evaluadoras, que rigen y dominan actualmente el sistema global de
rankings universitarios, o para los nuevos sistemas que surjan, sean estos de corte
regional o ambos.
Esto no significa trabajar para los rankings, pero sí prepararse para insertarse
con competitividad. Hasta tanto no se imponga un ranking desde el sur, que retome
determinadas especificidades, hay que continuar perfeccionando la gestión del
aseguramiento de la calidad y, de paso, recibir una evaluación internacional justa
que catalice y potencie nuevos vínculos provechosos para todos.
La educación superior cubana y los rankings