| Leonardo Florencio Corahua Salcedo | Máryuri García González |
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Formación de los directivos académicos universitarios
La formación se ha convertido, quizá, en una de las categorías más repetidas
y referenciadas en las sociedades del siglo XXI (León Castillo et al., 2018; Wang et
al., 2018; Komalasari & Saripudin, 2018; León Castillo et al., 2019; Nichols & Stahl,
2019; Benavides León & López Rodríguez, 2020; Checa & Bustillo, 2020; Saloviita,
2020; Oliveira et al., 2020; Rodríguez Jiménez et al., 2021; Rodríguez Torres, 2022;
González-Pérez & Ramírez-Montoya, 2022; Rodríguez-Torres et al., 2023; Roman-
Acosta et al., 2023). Se trabaja desde diferentes aristas, miradas e interpretaciones,
pero todos conscientes de su necesidad e importancia.
El siglo XXI, como plantea Varona Domínguez (2021), ha mostrado que será
dinámico, inquietante, sorprendente, de reevaluaciones. Estará apoyado en la
tecnología (cada vez más extraordinaria e impresionante) y centrado en los
conocimientos (sostenidamente más diversos, profundos y consistentes). Es
comprensible que, a inicios de su tercera década, sea notable el crecimiento de la
importancia de la formación universitaria. Por este motivo, la preparación y
calificación que se logra mediante el quehacer formativo superior es imprescindible.
La palabra formación tiene varias acepciones, entre ellas, la acción y efecto
de dar forma o formarse y de poner en orden. Aunque también se hace alusión al
conjunto de algo con caracteres semejantes, en relación con la creación y desarrollo
de cualidades superiores (Aristizabal et al., 2018; Rodríguez Fiallos et al., 2018;
Ramos Acosta, 2019; Zepeda-Hurtado et al., 2019; Martínez et al., 2019; Dussel,
2020; Pacheco et al., 2020; Bastías-Bastías & Iturra-Herrera, 2022; Arévalo Coronel
& Juanes Giraud, 2022). En referencia a las prácticas sociales de formación, de
influencia externa, Marrero Acosta y Sosa Alonso (2020), afirman el auge, incremento
y omnipresencia de la formación, hasta el punto de que puede anticiparse que el
siglo XXI va a ser el siglo de la formación.
Por lo que se hace necesario un posicionamiento crítico de los teóricos de la
formación, ante el fenómeno: ¿formación para qué?, ¿formación para quién?, ¿qué
formación? Entonces, la categoría formación le es consustancial la amplitud, rasgo
que la hace muy complicada, pero también la dota de un alcance práctico extenso y
diverso, así como de grandes posibilidades teóricas.
Su característica esencial y diferenciadora es el papel protagónico de la
voluntad de quien se está formando (González, 2016; Espada et al., 2018; Sagredo
& Coatt, 2018; Medina Peña et al., 2019; Robles Pihuave, 2019; Stuardo et al., 2019;
Gajardo-Asbún, 2019; Sandí Delgado & Sanz, 2020; Bächler Silva et al., 2020; Ricardo
et al., 2020; Martínez-Iñiguez et al., 2021). Así se distingue por la participación
consciente del implicado. Pero la voluntad, la decisión y la firmeza para entregarse
al quehacer formativo, y llevarlo adelante no es solo un asunto racional o afectivo,
es producto de la conjugación de ambas facultades humanas, aunque a veces una
tenga mayor peso que la otra; de ahí la importancia del universo espiritual. Esta
condición no debe perderse de vista si se quiere hacer una labor formativa de alta
calidad, así como el papel protagónico de quien es objeto.
Pulido et al. (2016), indican que los propósitos de las instituciones superiores
no requerían de sus cargos académicos otro requisito más que ser un docente de alta
cualificación académica. Pero, la educación de nivel superior, dentro del contexto