| Daniel Roman-Acosta | Benjamín Barón Velandia |
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Introducción
En el presente contexto, la información ha fluido como consecuencia de las
tecnologías de la información, las redes sociales y la comunicación digital (Rodríguez
Torres, 2021; Rodríguez Echenique, 2022). La sociedad contemporánea experimenta
una revolución transformadora: la era de la sociedad del conocimiento. Aquí, el
conocimiento surge como motor del progreso, su creación, acceso y distribución
impulsan el desarrollo (Prada et al., 2023; Rodríguez Torres et al., 2023). Las redes
de investigación y cooperación emergen como estructuras vitales para catalizar la
colaboración, el intercambio de ideas y la creación conjunta de saberes (Cudina,
2021), influenciando no solo lo académico, sino también la evolución social (Martin
& Septiem, 2013).
Sáez & Rujano (2023), Díaz Martínez et al. (2023), Pérez Gamboa et al.
(2023) y Ramírez Moncada y Rodríguez Torre (2023) han señalado que la sociedad del
conocimiento no depende solo de las TIC, pero reconocen su contribución.
Ballesteros (2022) ha destacado que esta sociedad redefine las bases de la
competencia y la prosperidad en la economía global, donde el conocimiento impulsa
innovación, productividad y competitividad. Las redes de investigación actúan como
hilos que conectan mentes diversas, fomentando sinergias interdisciplinarias.
Así, Tirira (2020) ha mencionado que, en medio de este florecimiento surgen
desafíos, donde las redes de investigación y cooperación desempeñan un papel
fundamental. Se convierten en puentes que desdibujan divisiones geográficas,
económicas y culturales, desafiando barreras y permitiendo diálogo global,
reconociendo en los diálogos interepistémicos una redistribución geográfica
determinante para las transformaciones del pensamiento planetario (Barón
Velandia, 2023). La Ley de Metcalfe adquiere nueva dimensión aquí, sugiriendo que
la colaboración entre más individuos multiplica conexiones potenciales y enriquece
el conocimiento (Ball, 2022).
En la actualidad, estas redes desempeñan un papel central en la
comunicación y colaboración, como lo señalan Lazcano y Reyes (2020) y Pérez
Gamboa (2022). Sin embargo, es crucial comprender cómo maximizar su potencial
para lograr una colaboración efectiva y un intercambio de conocimientos eficiente,
como indican Ortiz y Stablel (2021). La razón detrás de esta comunicación es,
precisamente, abordar estos aspectos clave en la investigación.
La investigación se justifica por la necesidad de comprender y optimizar el
papel de las redes de investigación en el contexto de la sociedad del conocimiento.
Dado que estas redes no solo conectan a individuos, sino que también promueven la
colaboración y el intercambio de conocimientos, su estudio se vuelve fundamental
para mejorar la calidad de la colaboración interdisciplinaria y el acceso democrático
al conocimiento (Pedraja et al., 2021). La sociedad del conocimiento depende en
gran medida de la colaboración y la creación de conocimiento colectivo para
impulsar la innovación, la productividad y la competitividad. Por lo tanto, investigar
las dinámicas y desafíos de estas redes se vuelve crucial para el avance de la sociedad
en su conjunto y para abordar las barreras geográficas, económicas y culturales que
impiden el acceso a la información y el diálogo global. Además, esta investigación
contribuirá a comprender cómo la Ley de Metcalfe se aplica en el contexto de la